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Wellcome to Tatooine.

O al menos eso creía.
Digamos que el lugar donde servidoras vivimos, es similar a tal escenario. Nunca está nublado, no suele hacer frío y jamás, jamás, jamás llueve.
Menos hoy.
Hoy ha llovido.
¿Y por qué lo se?.
Porque estaba allí.
Digamos que mis sandalias vintage, mi falda y mi camiseta se han convertido en chanclas de la playa, trapo recogido en la cintura y Ballerina de Villeda.
En mitad me he dicho, que tal vez la marquesina del autobús obviamente en overbooking tal vez me ayudaría.
Bueno, el viento soplaba en dirección a la marquesina, la calle se hallaba en pendiente, así que mis tobillos, con las sandalias vintages, se hallaban sumergidos en dicha agua de la lluvia, que no, no estaba caliente.
Haciendo acopio de fuerza, nunca mejor dicho, salgo a la tormenta, que por supuesto y para más inri era eléctrica y decido refugiarme en un cajero.
Sonrío y me susurro a mi misma: Salvada.
El cajero tenía goteras.
...
Así que minutos después tanto yo, como usuarios de la CAI, nos arrastramos a las afueras con aire de resignación y algún que otro estornudo.
Y no, la lluvia no se había detenido.
Me preparo para cruzar la calle.
Con las chanclas de la playa, que ya ni son vintage ni nada.
Pasa un autobús.
Y sí.
Ocurre.
Respiro hondamente mientras la abuelita que se haya a mi lado me mira y dice: "Al menos el reloj será sumergible".
Y se ríe.
Señora, en el supuesto caso que no lo hubiera sido, daría igual, se habría convertido por la causa.
Consigo llegar a casa, me detengo en la alfombra, y tengo que aguantar el descojone paulatino y creciente de mi madre, que me agarra mis chanclas y solo me dice: "qué tontica eres".
Y así se acaba mi día.
Hoy me he sentido como lo que verdaderamente soy: una piscis dándose contra la pecera.

A veces, en Tatooine, hay agua.